UN ENTRETENIDO PASEO POR LA HISTORIA

Historia es todo lo que existe y todo lo que ha existido. Hasta aquello que está por venir acabará convirtiéndose en ella también. Es la ciencia que contiene todas las demás, pues cualquiera de ellas forma parte de sus entrañas. Si somos flexibles en cuanto a nuestro estudio de fechas y nombres, y nos ceñimos a los hechos concretos, esta ciencia se convierte en una inacabable película, una inabarcable novela, con sucesos increíbles y finales inesperados. El problema radica en que su sentido es diferente en cuanto a quien sea su narrador, privilegio reservado tradicionalmente para los vencedores, para los fuertes, para aquellos que están en la cima en el momento en que se escribe. Es por ello que hay que ir con cuidado con las interpretaciones subjetivas (casi siempre) que encontramos en los documentos históricos. El fin de esta página es; primero, entretenerme yo y después intentar entretener a quien la lea. Me he tomado la molestia de preparar un surtido número de links para que, quien lo desee, pueda comprobar si mis reflexiones son ciertas o no lo son.



En Rennes le chateau

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Cuándo hubo "cristianismo"?

El cristianismo es la religión más profesada hoy día a nivel mundial, con el catolicismo como opción mayoritaria (dueño de la iglesia desde mediados del siglo II hasta nuestros días), pero con otras interpretaciones que han dado origen a otras ramas, como ortodoxos, anglicanos, evangelistas, mormones o testigos de Jehová, entre otros, sin entrar en las ramas que hubo anteriormente, como cátaros, templarios, luteranos, calvinistas... Estaríamos hablando de una cifra aproximada de 2.000 millones de creyentes hoy en todo el mundo. Resulta cuanto menos curioso pensar que tal monstruo se originó en el seno del judaísmo, religión profesada actualmente por menos de 15 millones de personas en el mundo. Pero... ¿en qué momento histórico podríamos considerar que judaísmo y cristianismo eran ya dos entes claramente diferentes e independientes? Para averiguar tal cuestión, necesitaremos viajar en el tiempo hasta los primeros siglos de nuestra era. Un viaje en el que deberemos dejarnos guiar por la literatura acumulada en todo este tiempo, especialmente la de los cuatro primeros siglos, así como por la valiosa labor de análisis que grandes estudiosos nos han dejado. Serán nuestras dos mejores armas. Buscar un inicio resulta verdaderamente complicado. Para comprender el inicio del cristianismo, es inevitable conocer la religión judía, a cuyos inicios e influencias posteriores deberíamos remontarnos para conseguir tal fin. Sin embargo, con conocer bastante bien el ambiente religioso de inicios de nuestra era en Jerusalén será suficiente para lo que nos ocupa. Y este era un ambiente profundamente enrarecido, cargado. Israel estaba bajo el yugo romano y la esperanza en una intervención divina que les liberara de Roma y colocara a Israel en el lugar preeminente prometido por su Dios era una esperanza intensa y próxima. Tal convencimiento había de ello que, en el año 66, Israel, una pequeña provincia limítrofe, se rebeló contra el todopoderoso imperio romano. Las consecuencias serían desastrosas para los judíos. Tan sólo nos remontaremos unos siglos atrás, para entenderlo mejor. En el año 525 a.c. , Ciro el Grande (Ciro II de Persia) liberó al pueblo judío de siglos de cautiverio, bien asirio o bien babilonio, para concederles una “libertad controlada” desde la que recordaban con melancolía aquellos tiempos de esplendor bajo la guía de Saúl, David y Salomón, al tiempo que reconstruían el Templo que destruyeran los babilonios. Alejandro Magno derrotaría a los persas 2 siglos después e Israel entraría bajo el influjo helénico de los ptolomeos. El rey seléucida Antíoco IV saqueó Jerusalén y su segundo Templo hacia 175 ac, además de obligar a los judíos a renunciar a su religión. Esto provocó un levantamiento judío, liderado por los macabeos, que resultaría triunfante, aprovechando las posteriores crisis sucesorias seléucidas y su pronta caída en 129 ac. Durante un siglo (164 ac – 63 ac) Israel recuperó su añorada libertad y soñó, bajo el gobierno de los asmoneos, con emular los tiempos del rey Salomón. El rodillo romano le privó de ello, ya que conquistó Israel casi sin querer (aprovechando una crisis sucesoria asmonea) y lo convirtió en provincia romana, colocando un rey títere, Herodes el Grande. Y después de haber saboreado las mieles de la libertad y el autogobierno, los judíos no estaban dispuestos a doblegarse tan fácil a Roma, por lo que brotó un nacionalismo exacerbado, aliñado por algunas provocaciones de los gobernantes romanos, entre otros el propio Pilato (estandartes con imágenes del emperador, utilización de fondos del templo, matanzas de judíos...) que elevarían el malestar general. La sensación de que Yahvé no permitiría estas cosas y el convencimiento de una pronta intervención divina dotó a aquel tiempo, además, de una atmósfera apocalíptica Y en ese tiempo de opresión, de mensajes apocalípticos, de supuestos mesías, de profetas de la inminente llegada del reino de Dios a la tierra, de una sensación de bullicio revolucionario… En ese tiempo, aparece Jesús en escena. Pero… ¿en qué momento ocurre eso? Aunque no hay un consenso entre estudiosos sobre la relación entre Jesús y Juan el Bautista, ni en cuanto al tiempo que permanecieron juntos, sí lo hay sobre el hecho de que Jesús se unió al grupo de Juan durante un tiempo indeterminado y que después lo abandonó para iniciar una prédica por su cuenta. Como muestra, sirva el “ultracristianismo” del Opus Dei, en cuya pagina web (http://www.opusdei.es/art.php?p=16024) se puede leer: “3. Mensaje y bautismo. Juan Bautista, según Flavio Josefo, “exhortaba a los judíos a practicar la virtud, la justicia unos con otros y la piedad con Dios, y después a recibir el bautismo”. Los evangelios añaden que su mensaje era de penitencia, escatológico y mesiánico: exhortaba a la conversión y enseñaba que el juicio de Dios es inminente: vendrá uno “más fuerte que yo” que bautizará en espíritu santo y fuego. Su bautismo era para Flavio Josefo “un baño del cuerpo” y señal de la limpieza del alma por la justicia. Para los evangelistas era “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc 1,5). Jesús no rechaza el mensaje del Bautista, más bien parte de él (Mc 1,15) para anunciar el reino y la salvación universal, y se identifica con el Mesías que Juan anunciaba, abriendo el horizonte escatológico. Y, sobre todo, hace de su bautismo fuente de salvación (Mc 16,16) y puerta para participar de los dones otorgados a los discípulos. En resumen, entre Juan y Jesús hubo muchos puntos de contacto, pero todos los datos conocidos hasta ahora ponen de manifiesto que Jesús de Nazaret superó el esquema veterotestamentario del Bautista(conversión, actitud ética, esperanza mesiánica) y presentó el horizonte infinito de salvación (reino de Dios, redención universal, revelación definitiva).” Uno se ve tentado en calificar como inicio del cristianismo a esta primera aparición pública de Jesús (dejando de lado los relatos de la niñez), sin embargo, no es lícito hacerlo, ya que en ese momento Jesús no es cristiano, sino judío. Un judío piadoso, acérrimo cumplidor de la ley. Un recto observante de la ley de Moisés que reclama a quienes le sigan que cumplan esta misma ley. Y así será hasta el día de su horrible y dolorosa muerte. Vivirá como judío y morirá como judío. Jesús no quiere formar ninguna nueva religión en ningún momento. Es que es algo que ni se le pasaría por la cabeza. Es un judío que, en aquel ambiente revolucionario, predica la pronta llegada del reino de los cielos y llama al arrepentimiento a las gentes para conseguir la salvación. Este de la salvación es un punto importante en el que me quiero detener un poco, ya que refuerza la idea de que Jesús fue judío desde el principio hasta el final. La salvación, para Jesús, consistía en cumplir la ley de Moisés (como pilar básico) y arrepentirse de los pecados ante la inminente llegada del reino de los cielos. Esa era, además, su prédica sobre tal asunto y que se encuentra en los propios evangelios. Sin embargo, la salvación para cualquier cristiano consistía (y consiste) en algo diametralmente opuesto. Para obtener la salvación como cristiano, tan sólo hay que aceptar que Jesús murió en la cruz por salvar a la humanidad y que resucitó posteriormente. Nada más. El famoso Juan 3:16 y siguientes 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 3:17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 3:18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Es evidente por este claro ejemplo que Jesús no pensaba como cristiano, sino como judío. Y así sería hasta su muerte, como coinciden todos los estudiosos, hasta la propia iglesia católica, que así opina sobre Jesús, afirmando que vivió y murió como judío, sin salirse en ningún momento del universo judío (¿Qué podemos saber hoy de Jesús de Nazaret? Verbo divino 2011) Entonces, no nos queda más que seguir avanzando en el tiempo, justo después de ser crucificado el nazareno. Ahí está, bajo mi punto de vista, el quid de la cuestión. Para que nadie se ofenda, antes de seguir, aclarar que no busco demostrar ni negar nada. En mi exposición no se habla de si Jesús resucitó o no lo hizo. Aunque suene extraño, pero es algo intrascendente para lo que voy a exponer. Lo realmente importante es que sus más inmediatos seguidores así lo creyeron fervientemente. Bien porque así sucediera, y Jesús resucitara en verdad, o bien porque así lo imaginaron o lo intuyeron aquellos que le seguían. Cada uno puede creer lo que considere a bien creer, pero de lo que no hay duda es de que sus seguidores estaban ciertamente convencidos de que Jesús resucitó. Y esto es lo que empezó a cambiarlo todo. La piedra angular sobre la que se originaría la teología cristiana, ya que cambiaba el prisma con el que se venían observando las cosas. Creía el judaísmo de la época (como reza en las escrituras) que la manera de saber si un Mesías procedía de Dios o era un farsante era simplemente esperar a ver si triunfaba o si fracasaba. Si triunfaba, era un Mesías verdadero que venía de Dios. Fracasar era la prueba de que no era un Mesías verdadero enviado por la divinidad. Entonces, pongámonos por un momento en la piel de los seguidores de Jesús, momentos después de haber muerto el nazareno. La frustrante sensación de “esto se acabó” debió de recorrerlos por completo. Si Jesús hubiera sido el verdadero Mesías, Yavhé hubiera intervenido. Jamás hubiese permitido que su enviado fuera torturado, vilipendiado y asesinado tan horriblemente. Entonces... allí tenían la horrible prueba de que Jesús no era el Mesías de Dios. No es difícil imaginar la frustración que debieron sentir. Sin embargo, pronto empezaron a correr noticias de que Jesús había resucitado. Este hecho es el que lo cambia todo, ya que de esta manera Jesús no habría fracasado. Si Dios lo había resucitado era porque procedía de él. En un principio, no es difícil imaginar la dificultad de explicar tal asunto para los seguidores de Jesús. ¿Cómo interpretarlo? ¿Habría sido un plan preconcebido desde el principio? ¿Estaría la muerte de Jesús desde el inicio de ese plan? ¿Por qué? ¿Qué sentido tenía? ¿Qué rol exacto tenía Jesús en dicho plan? Las preguntas eran tan importantes como las respuestas. Quizá más. Este es un momento importante en la constitución del cristianismo, pero aún no definitivo, puesto que sus discípulos siguen siendo judíos, rectos observantes de la ley, con la peculiaridad de creer que el Mesías ya ha llegado y es Jesús. Es entonces cuando se releen las escrituras bajo este nuevo punto de vista, a fin de encontrar el anuncio de tal hecho, del que están firmemente convencidos. Es entonces (el primer lustro tras su muerte) cuando, rebuscando con ese nuevo prisma entre las escrituras, se vislumbra entre los profetas, especialmente Isaías, el anuncio de la muerte de Jesús en la forma del Mesías sufriente. A partir de aquí, empezará a formarse la teología cristiana poco a poco, aunque, como dije, aún es temprano para afirmar que en ese punto se inicia el cristianismo, ya que en ningún momento se ha roto aún el marco del judaísmo. Sus discípulos siguen siendo judíos piadosos convencidos de que Jesús es el Mesías sufriente profetizado por Isaías. Aquel debió ser un momento único, puesto que cada uno aportaría su propia visión sobre el rol de Jesús, intercambiando pareceres con otros, debatiendo sobre su misión, sobre sus palabras, sobre su vida, sobre su muerte... Sin embargo, aún no hay cristianismo fuera del judaísmo. Los cristianos son una nueva secta judía, con una nueva interpretación de las escrituras en base a la firme creencia en la resurrección de Jesús, pero sin romper el marco teológico del judaísmo. Vendría a ser como una evolución del judaísmo que lo acerca a su plenitud, a cerrar el círculo de una promesa hecha por su Dios muchos siglos atrás. Por lo tanto, aun no hay una escisión, aunque sí el rechazo del resto de judíos no cristianos, que se irá encarnizando con el tiempo. Así pues, hay que seguir avanzando. La próxima estación en nuestro recorrido será Pablo de Tarso, pieza básica en la futura teología cristiana, sin ninguna duda, a pesar de haber sido uno de los más fieros perseguidores del cristianismo en sus primeros pasos. Su peculiaridad estriba en que su adhesión al cristianismo no se debe a ningún estímulo exterior, sino a una suerte de revelación interior procedente del mismo Jesús (en mí, no a mí), según su propio testimonio. Cuando Pablo se convierte, el cristianismo aún está claramente circunscrito al judaísmo. Él se encargará de dar otra vuelta de tuerca más, desde su propia visión revelada interiormente, para propiciar la integración de nueves fieles al cristianismo (gentiles) que podrán saltarse algunas normas hasta entonces inquebrantables del judaísmo, cuyo mayor ejemplo sería el de la circuncisión (Pablo propone, de forma poética, la circuncisión del corazón). En el Concilio de Jerusalén del año 51 se tratarán algunos de estos asuntos. Pedro queda al cargo de los circuncisos y Pablo de los incircuncisos, reseñando en Gálatas que le acompañaba Tito, griego converso al cristianismo y no circunciso, y que nadie le obligó a circuncidarse. Galatas 2: 1-3 « Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. 2 Subí movido por una revelación y les expuse el Evangelio que proclamo entre los gentiles - tomando aparte a los notables - para saber si corría o había corrido en vano. 3 Pues bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. En este punto, el lazo que une judaísmo y cristianismo está tensado al máximo. El judaísmo sigue unido al judeo-cristianismo (aunque abiertamente enfrentado) en cuanto a que este último sigue cumpliendo con los preceptos y normas de la Ley. A su vez, el judeo-cristianismo esta unido con el cristianismo gentil por su fé en Cristo. Según parece, nos vamos acercando ya mucho al punto de escinsión. Los siguientes 20 años serán decisivos. El contexto, siempre tan importante en el devenir de los acontecimientos, lo será tanto o más en la cuestión que nos ocupa, ya que los cristianos, hacia la década de los 60, son ya aborrecidos tanto por judíos como por romanos, habiendo sufrido persecuciones durísimas y horribles ejecuciones por parte de las autoridades judías, que remachará el emperador Nerón achacándoles el incendio de Roma, con unas consecuencias horrorosas. Es en este tiempo cuando empieza a perfilarse la teología que presentarán los evangelios, de clara influencia paulina, con un Jesús en alguna forma (aun no definida claramente) divino. Un Jesús que sustituye a Moisés (Moisés dijo, pero yo os digo) en lo que viene a ser la Nueva Ley, y un Nuevo Pacto entre los hombres (Iglesia) y la divinidad, que viene a sustituir al antiguo pacto de Dios con el pueblo de Israel. Esta divinización de Jesús y el nuevo pacto será lo que separará definitivamente, en el ámbito teológico, al judaísmo del cristianismo. Inasumible para cualquier judío e incluso para los judeocristianos más ortodoxos. La década de los 70 y de los 80, y retomando la importancia del contexto, será vital para la creación del cristianismo como un ente independiente del judaísmo. Acaba de producirse un levantamiento judío contra Roma y los cristianos quieren quedar al margen, a fin de que no se tomen represalias contra ellos, aunque para los romanos aún no hay mayor diferencia entre judíos y cristianos más que los segundos son una secta de los primeros. Por ello, Domiciano, desde el 81 hasta el 96 promoverá otra dura persecución que queda retratada en esta ley: "Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su religión". En este confuso tiempo (70-95 aprox.) serán redactados los evangelios, inspirados en lo esencial en la interpretación de Pablo, según la revelación que afirmó tener. Aunque los sinópticos y Hechos son más comedidos y escuetos al hablar de la divinidad de Jesús, presentándolo muchas veces como ungido, hombre acreditado, profeta, etc, al llegar al Evangelio de Juan ya vemos una divinización totalmente asumida desde el primer versículo. Se dice en Hechos2:22 hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio Esto son supuestamente palabras de Pedro, quien hubo de tener dificultades para asumir que Jesús era divino. Pablo le otorga divinidad, pero le supedita al padre (posteriormente vendría el conflicto de la Trinidad). Cristo Jesús es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo Jesús. 1 Corintios 11:3. Luego, los evangelios irán adentrándose en esta divinidad hasta llegar a Juan, el último de los canónicos, quien se la otorga sin lugar a duda, desde el primer versículo: Juan 1. 1 En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Quiero repetir, de nuevo, que no se duda de que los evangelios hayan o no hayan sido inspirados por la divinidad, ni su grado de verdad. Simplemente se analiza un proceso desde el punto de vista aséptico que siempre debería presentar un historiador, sin aportar opiniones personales más que cuando así se indique expresamente. En este punto nos hallaríamos en el año 100, con un cristianismo que se extendía a velocidad de órdago, aunque seguía siendo odiado por casi todos, por diversos motivos. Algunos tan simples como la negativa cristiana a adorar dioses romanos o de presentar ofrendas, lo que afectaba directamente a fabricantes de ídolos y criadores de animales para sacrificios. Tiempos revueltos, donde el cristianismo se había extendido por diversos territorios como Mesopotamia, Egipto, Asia Menor o el occidente Imperial (incluida la propia Roma) y sus miembros se habían ido jerarquizando desde la figura del Obispo de Roma (máximo responsable, denominado posteriormente Papa) hasta los fieles de a pie. Además, reclamando para su élite intelectual la exclusividad de la interpretación teológica sobre Jesus y una autoridad innegociable, como señalaba Ignacio de Antioquía en el año 107. “Es obvio que debemos mirar a un obispo como al Señor en persona ... Sus clérigos... están en armonía con su obispo como las cuerdas de un arpa, y el resultado es un himno de alabanza a Jesucristo de mentes que sienten al unísono” En este punto, hacia 110, podría afirmarse que el cristianismo ya es un ente independiente, con entidad propia. -Tiene ya los 4 libros que, en un futuro, serán considerados canónicos (en 180, Ireneo ya estipula estos 4 evangelios como únicos verdaderos en su “Contra las herejías”, por lo que hubo de haber alguna suerte de concilio hacia 150 donde quedó firmemente estipulado este asunto). -Tiene una teología claramente definida (a falta de puntos interpretativos sobre la naturaleza de Jesús, conocidos como “disputas cristológicas”), teología con diferencias insalvables para su confusión con el judaísmo. En la correspondencia entre Plinio y Trajano, hacia 110, ambos hablan de los cristianos, sabiendo perfectamente que eran algo diferente a los judíos. -Tiene una jerarquía establecida, con cabeza en Roma, con un status bien definido, que, como vimos en palabras de Ignacio de Antioquía (debemos mirar a un obispo como al Señor en persona) se adjudicará la potestad única para interpretar los escritos sagrados, es decir, para señalar la ruta a seguir. Por tanto, aquí concluye el viaje. Hacia el año 110. En este año ya podemos afirmar que el cristianismo está constituido. Y aunque lo esté en su forma más básica, ya es diferenciado del judaísmo por los ajenos a ambos credos. Hacia 150 se sospecha (por lo escrito por Ireneo en 180) que habría algún tipo de reunión de la élite cristiana para estipular un canon evangélico del que saldrían “oficialmente” los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) Dos siglos después, el cristianismo sería la religión imperial. Pero eso es otra historia FRAN MELIÁ BIBLIOGRAFÍA -"Cristianismo primitivo y religiones mistéricas". Varios autores (Cátedra, 2007) -"Guía para entender el Nuevo Testamento". Antonio Piñero (Trotta, 2006) -"Los cristianismos derrotados". Antonio Piñero (Edaf, 2007) -"101 preguntas y respuestas sobre la Bilia". Raymond E. Brown (Eduiciones Sígueme Salamanca, 2002)

sábado, 22 de noviembre de 2008

Otros conceptos necesarios




OTROS DATOS INTERESANTES A TENER EN CUENTA

Sanedrín: Era el órgano de máxima autoridad, con delegaciones de 23 jueces en cada ciudad judía. El más importante, por supuesto, era el Gran Sanedrín, ubicado en la sagrada Jerusalén. Dictaba justicia religiosa y civil, aunque estaba privado de condenar a muerte sin la autorización del gobernador romano. En tiempos de Jesús, el territorio judío era una auténtica teocracia.

Escribas: Son los que interpretan la ley. La aristocracia intelectual judía (fariseos). Existen dos grupos: uno “oficial” y más poderoso, con participación en el Gran Sanedrín y derecho exclusivo en la ley oral. Y un segundo grupo de escribas, más numeroso pero menos relevante, cuyos servicios ofrece al pueblo a cambio de óbolos y limosnas. Como dice el evangelista Marcos (12,40) “que se comen los bienes de las ciudad con pretexto de largos rezos”

Gobernantes judíos: Herodes el grande será rey vasallo de Roma hasta el 4 A.C., le sucederán, ya sin el título real, sus hijos Filipo (Iturea), Antipas (Galilea y Perea) y Arquelao (Judea, Samaria e Idumea). Este último será depuesto en el año 6 por Roma y sus tierras pasaran a ser parte de la provincia romana de Siria, gobernadas por un procurador romano desde Cesarea. Pilatos ejercerá este cargo desde el 26 hasta el 35.

Libros sagrados judíos: Por excelencia, el texto grado judío es la Torah (Pentateuco), formado por Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. El convencimiento de que estos libros fueran escritos por el propio Moisés hace que también fueran conocidos como “ley mosaica”. Pero también había otros textos considerados sagrados. Eran los libros de los profetas y los libros de los escritos. Formaban un total de 24 textos más, conocidos como la Tanaj.

Mesías: Era un término que “se puso de moda” (si se me permite esta licencia literaria) en el cautiverio de Babilonia. Incluso algunos vieron en el libertador Ciro a ese Mesías. Hay muchas profecías mesiánicas en la Torah y, a razón de la dominación romana, volvieron a emerger con fuerza, esperando a ese ungido de Dios, a ese liberador imbuido de el espíritu de Dios, que les liberase del yugo romano y devolviese la paz y hegemonía a Israel.

La tradición oral: Es la interpretación de la ley escrita, hecha por rabinos. Una especie de exégesis judía de la Torah. Básicamente son preguntas y respuestas, producto de las discusiones rabínicas sobre las leyes judías, recogidas en un libro llamado Talmud. Bueno, más que de uno deberíamos hablar de dos. El Talmud babilónico, redactado en Babilonia, y el de Jerusalén, redactado en la ciudad sagrada judía.

Sinagoga: Se cree que iniciaron su andadura durante el cautiverio en Babilonia, siendo lugares habilitados para la reunión de judíos a fin del estudio de las escrituras y la religión. No necesitaban de grandes alardes, pudiendo ser casas comunes, aunque también había sinagogas enormes y ornamentadas. En tiempos de Jesús habría varios cientos de ellas en Jerusalén. Cada una estaba administrada por un notable (o de tres, en caso de mucha afluencia) y se reservaba la voz cantante a un rabino o a un fiel cultivado.

Grupos religiosos judíos




GRUPOS RELIGIOSOS JUDÍOS Y SUS IDEOLOGÍAS

En tiempos de Jesús existían cuatro grupos judíos de ideología marcadamente diferente, refrendado por el status social de cada uno de ellos, así como con la manera de relacionarse con los demás. Estos grupos, o partidos político-religiosos, serían los saduceos, los fariseos, los zelotas y los esenios.

Saduceos: Eran la alta aristocracia judía, conformando la nobleza sacerdotal (sacerdotes del Templo) y la laica (“los notables del pueblo”). Generalmente, por norma apoyaban al régimen vigente, para poder permanecer en tan privilegiada situación. Por ello eran duramente criticados por sus principales rivales, los fariseos, con quienes ya habían tenido fuertes disputas desde tiempos de Alejandro Janeo, a quien los saduceos pidieron que “acabara” con los fariseos. En lo estrictamente religioso, eran firmes defensores de la autoridad del Pentateuco (ley escrita), anteponiéndola a la ley oral. No creían en la resurrección de los muertos (porque nada decía de esto la Torah), así como tampoco creían ni en la providencia, ni en la intervención de ángeles ni espíritus en el mundo terrenal. Precisamente en este mundo terrenal es donde afirmaban que Dios recompensaba a los fieles, justificando con este planteamiento el derecho a sus riquezas y su alto status. Obviamente eran de ideología conservadora, poco o nada proclive a los cambios.

Fariseos: De bastante menor relevancia que los saduceos, en cuanto a poder se refiere, había sin embargo una cúpula que conformaba la aristocracia intelectual de Israel, con voz y voto en el Sanedrín. Eran auténticos estudiosos de la ley y se vanagloriaban de ser los más preparados para interpretar las escrituras. Interpretaciones que chocaban con la rigidez saducea muchas veces. Por ejemplo la de que a Dios se le podía adorar desde cualquier lugar, restando al Templo de Jerusalén la importancia que los saduceos pretendían que tuviera. También afirmaban que Dios les prefería a ellos, ya que para Él lo más importante era el estudio de la Ley. Encontramos artesanos o comerciantes entre los fariseos, así como algún que otro sacerdote. Aunque por lo general no tenían ningún vínculo familiar con la nobleza (procedían del pueblo) pretendían ostentar un nivel superior al del pueblo llano, al que menospreciaban por ignorancia para comprender la ley de Dios. Los fariseos estaban convencidos de la próxima llegada de un Mesías que les liberara del yugo romano

Zelotas: Podría decirse que eran un grupo de ideología farisaica, pero de carácter integrista y radical. El pensamiento farisaico llevado hasta el último extremo, utilizando la violencia, el secuestro o el asesinato. Para ellos era inconcebible que Israel estuviera dominado por una potencia extranjera. Sólo Dios tenía potestad para gobernar al pueblo judío y sólo a Él se debía adorar. Por ello emprendían acciones violentas sobre los invasores romanos, pero también contra los judíos que les apoyaban. En la primera mitad de siglo (cuando vivió Jesús), los zelotas eran grupos poco numerosos y dispersos, pero en la segunda mitad aumentaron su influencia, llegando a liderar la rebelión contra Roma del año 66.

Esenios: Este grupo judío era verdaderamente peculiar, ya que vivía apartado de todas las intrigas políticas de unos y otros, practicando una vida ascética y casta. Creían en la inmortalidad del alma y en que sólo una vida pura y recta podía hacer que esa alma se salvase. Veían a las mujeres como un foco de impureza, ya que las consideraban malas por naturaleza. Con estas palabras los describe el mismo Plinio el Viejo (N.H. 5; 17,4): “Son una gente única en su género y admirable para todos los demás del mundo entero, sin mujeres y renunciando a la sexualidad enteramente, sin dinero ni otra compañía que las palmeras”. Desde su apartado ascetismo, se decía que estudiaban el poder de sanación de algunas plantas, atribuyéndoles también otro tipo de sanaciones milagrosas por imposición de manos. También creían en el Juicio final y en la llegada de un Mesías, en un futuro no muy lejano, así como en la resurrección.

Sociedad y economía judías en el siglo I




LA SOCIEDAD JUDÍA EN EL SIGLO I Y SU ECONOMIA

Antes de profundizar en los aspectos sociales de la vida judía de aquellos tiempos, es necesario señalar que todos ellos están relacionados con los hombres. La sociedad judía era obsesivamente patriarcal. La mujer era considerada inferior al hombre. Como una pertenencia de éste. Primero de su padre y luego de su marido. Incluso si se quedaba viuda y no había tenido hijos varones, pasaba a ser una propiedad de su cuñado. En el núcleo familiar, el padre era como un pequeño monarca, dueño del destino de hijos, mujer y esclavos (no judíos). Baste señalar que para lavar al señor de la casa servían tanto los esclavos paganos como la mujer, pero no un esclavo judío, porque, pese a ser esclavo, sí era considerado hombre y por tanto merecía más respeto que la mujer. Ésta, era sólo respetada como madre y mucho más si su descendencia era de varones. Ni siquiera recibía instrucción religiosa porque se creía que era incapaz de comprenderla. Por todo ello, el mundo social judío era de uso exclusivo del hombre.

El principal poder económico era ejercido por una veintena de poderosas familias de Jerusalén, a quien el propio evangelista Lucas califica como “los notables del pueblo” (Lucas, 19;47). O bien eran dueños de grandes latifundios (especialmente en Galilea) o bien controlaban el cobro de los opresivos tributos romanos. Y muchas veces ambas cosas. La mayoría de ellos eran saduceos (luego hablaré de los distintos grupos religiosos) y formaban parte del Sanedrín. Obviamente, eran pro-romanos, ya que el Imperio les concedía tal favor a cambio de incidir con su presencia en algunas decisiones de este mismo Sanedrín. No cobraban directamente los impuestos al pueblo, sino que delegaban en unos cobradores conocidos como publicanos, mucho más pobres y bastante mal vistos. Sin embargo, no eran la parte principal del Sanedrín, papel reservado para los sacerdotes del Templo, y en especial para el Sumo Sacerdote, presidente de este Sanedrín. Los sacerdotes heredaban el cargo de sus padres, ya que para poder ejercer como tal era condición sine qua non el demostrar ser descendiente de Aarón, razón por la que formaban un círculo cerrado y compacto. De los cuidados del templo se encargaban hasta 300 sacerdotes, a los que ayudaban en sus tareas unos 400 levitas, una especie de ayudantes que se ubicaban un escalafón más abajo (El Templo de Jerusalén, corazón del pueblo judío, requería de múltiples atenciones). Tampoco los sacerdotes, especialmente la élite, se oponían nunca frontalmente a Roma. No hay que olvidar que era el Gobernador romano quien elegía al Sumo Sacerdote.

Además de estos poderosos grupos, existía otro pequeño grupo que formaban los artesanos, comerciantes y los dueños de residencias de hospedaje. El resto de judíos, era pobre o muy pobre. Desde los mendigos, que a las faldas del Templo pedían limosna para sobrevivir (había muchos mendigos en Jerusalén), los jornaleros, que en lugar de mendigar limosna mendigaban trabajo, los escribas (excepto la cúpula farisaica del Sanedrin), que medio mendigaban también a cambio de sus enseñanzas religiosas, los esclavos, la mayoría al servicio de Herodes y su círculo en Palacio, hasta los antes nombrados publicanos, quienes a los impuestos que cobraban gravaban una cantidad que se quedaban ellos para vivir.

Geografía de "Tierra Santa" en tiempos de Jesús


GEOGRAFÍA DE “TIERRA SANTA” EN EL SIGLO I

Antes de seguir, explicaré de manera breve el escenario geográfico sobre el que se desarrollaron estos acontecimientos. A fin de facilitar la localización de cada lugar, incluyo este sencillo pero explícito mapa, que encabeza la redacción


Judea: Era la provincia por excelencia (política, económica y religiosamente), principalmente porque en ella se encontraba la sagrada ciudad de Jerusalén. Plinio el joven y Flavio Josefo dijeron de Jerusalén que era una ciudad impresionante y la más importante de Asia Menor. Tanto que, pese a estar mal situada para las rutas del comercio, era una ciudad siempre bulliciosa. Su principal activo era que en Jerusalén estaba el Templo y por lo tanto el centro del poder judío. También en Judea se encontraba la milenaria ciudad de Jericó. En relación a las ciudades de los evangelios, nos encontramos con Betania y Belén, a 3 y 8 kilómetros de Jerusalén. Judea era la provincia más al sur, ya que bajo ella estaban las tierras de Edom (Idumea), territorio ligado habitualmente a Israel, de donde fuera nativo Herodes el Grande.

Samaria: Era la provincia más polémica, ya que estaba enfrentada al resto de forma irreconciliable. Para empezar, tenía su propio templo, el de Garizim, negando la autoridad del Templo de Jerusalén, algo impensable para cualquier otro judío. Además, los samaritanos se creían los auténticos herederos de Israel. Sin embargo, para el resto no eran más que judíos impuros (les acusaban de haberse mezclado con sangre extranjera desde la invasión asiria) e impíos (no aceptar la autoridad del Templo de Jerusalén). Hubo refriegas y desencuentros durante todo este tiempo, siendo el más importante el de la destrucción del Templo de Garizim por el asmoneo Juan Hicarno, reconstruido en tiempos de Herodes el Grande. Samaria estaba situada en el centro, al norte de Judea y al sur de Galilea.

Galilea: Era la provincia más al norte, sin frontera con judíos propiamente dichos, ya que lo más parecido a ello serían los samaritanos del sur. Lejos de la influyente Jerusalén (más de un centenar de kilómetros) los galileos eran considerados inferiores por los habitantes de Judea. No odiados y despreciados como los samaritanos, pero sí “ninguneados” y menospreciados, considerándolos iletrados y toscos. Dice Juan en su evangelio (7; 52), que los fariseos, al saber que venía de Galilea, desautorizaron a Jesús diciendo: “Estudia y verás que de Galilea no surge ningún profeta”. Los galileos eran esencialmente pescadores o campesinos. Es de reseñar la presencia en Galilea del Lago de Genesaret (Tiberiades) que surtía de buena pesca a los galileos. También allí se encontraba el Monte Tabor y Nazareth.

Perea: Tampoco los judíos de la provincia de Perea estaban muy buen vistos por los de la hegemónica y orgullosa Judea. Incluso aún peor que los galileos, ya que a estos se les tenía por nobles y leales, pese a su rudeza, sin embargo no se veía igual a los de Perea, considerados medio paganos y medio judíos, además de guardar aviesas intenciones. La cizaña del campo, denominaban habitualmente a Perea. Estaba situada a la otra orilla del Jordán (“el país de más allá”), de terreno abrupto y rápidos torrentes. Compartía frontera al noroeste con Samaria, al oeste con Judea y al sur con el Mar Muerto.

TIERRA SANTA EN EL SIGLO I A.C.




UN POCO DE HISTORIA; PALESTINA EN EL SIGLO I A.C.

En el siglo II A.C., los judíos están bajo dominación seléucida, oprimidos incluso religiosamente. En el 166 A.C., se rebelan contra éstos y, por una serie de circunstancias (Antíoco IV muere y se intuye crisis interna seléucida) consiguen parte de sus objetivos, ya que firman un tratado por el que se les permite la libertad religiosa. Animados por este triunfo, ya no se conforman sólo con la libertad religiosa. Lucharán para obtener la libertad total. Esta dinastía, proveniente de Matatías, será conocida como de “los macabeos”. Será precisamente el hijo menor de Matatías, Simón, quien conseguirá esa anhelada libertad en el 142 A.C., iniciando con su hijo Juan Hicarno una nueva dinastía, la de “los asmoneos”. Esta dinastía irá conquistando más y más territorios hasta que, en las primeras décadas del siglo I A.C., casi puede equipararse al ámbito geográfico sobre el que reinó Salomón. Los judíos se sienten fuertes. Sin embargo, en el 63 A.C., entra un nuevo “invitado” a estas tierras. Es la incipiente y poderosa Roma. El general Cneo Pompeyo, aprovechando una crisis sucesoria asmonea, interviene en la región, dejándola bajo dominación romana. Algo más de dos décadas después, ante la amenaza parta a la región, Herodes es “colocado” como rey por Roma. Se trata de un peón del Imperio que no es bien acogido por el pueblo judío. Además, no tiene ningún vínculo con el linaje real asmoneo, hijo de un idumeo y una nabatea. Pese a todo, su reinado es próspero, aunque personalmente tuvo fama de cruel e imprevisible, reforzado esto por el hecho de que mandara asesinar a varios de sus hijos, a su mujer y a la familia de ésta, sospechando conspiraciones, que alguna vez sí fueron ciertas. Herodes muere poco antes de los Idus de Marzo del año 4 A.C. y su reino, pese a que él hubiera nombrado sucesor a su hijo Arquelao, es repartido por el emperador Octavio Augusto entre tres de sus hijos, Antipas, Filipo y el propio Arquelao. Aunque no hay una fecha exacta para el evento, en este tiempo nacerá Jesús.

Hay que hacer hincapié en el sentimiento de orgullo herido de aquel pueblo judío, que venía de la expansiva etapa asmonea y que chocó de frente con la potencia por excelencia, Roma, que lo devolvió a la dura realidad opresiva. Aquella libertad de la que gozaban hasta hacía bien poco, tanto política como religiosa, fue tremendamente recortada por el Imperio. Ni siquiera podían ya nombrar a su Sumo Sacerdote, algo que se preservaba el gobernador de la región. Tras Herodes ni siquiera tenían ya a nadie con el título de rey. Tampoco tenían potestad para condenar a muerte, algo que se preservaba también para sí el poder romano. Además, no se olvidaba tan fácilmente el ultraje cometido por los invasores romanos al mancillar con su presencia el “Sancta Santorum”, lugar al que sólo podía acceder el Sumo Sacerdote una vez al año. El mismo Pilatos introdujo estandartes con la imagen del Emperador en Jerusalén, en una nueva ofensa al orgullo judío. Sin duda, el ánimo de los judíos en aquellos tiempos andaba algo revuelto. No es pues de extrañar que anduvieran esperando la llegada de un Mesías, un nuevo rey, que les liberara del yugo romano y que devolviera a Israel al lugar que le correspondía, según sus propias creencias. Y en estas creencias precisamente se basaban para esperar la llegada de ese Libertador, interpretando las profecías vertidas en su texto sagrado por sus antiguos profetas. La llegada del “polémico” Pilatos al gobierno de Judea hizo subir esta tensión aún más si cabe. Con estos mimbres, no era pues de extrañar que a cada cierto tiempo apareciera un Mesías pretendiendo ser el anunciado por los profetas. Desde la llegada al poder de Herodes, hasta la toma de Jerusalén por Tito, se pueden contabilizar más de una veintena de supuestos Mesías.

INTRODUCCIÓN




Este trabajo pretende ser una investigación estrictamente histórica sobre “el mundo” en el que vivió Jesús de Nazaret, uno de los personajes más trascendentes en la historia del hombre, sin duda alguna. Se trata de un análisis general, de amplio espectro, que pretende englobar diversos marcos del momento. El geográfico, el social y económico, el ideológico y el político, así como el periodo inmediatamente anterior, para poder comprender situaciones que se plantean posteriormente. No es mi intención tocar el tema teológico, sino elaborar de forma “aséptica” una breve guía de ayuda para todos aquellos que quieran conocer de una forma sencilla el mundo en el que vivió Jesús. Para facilitar la comprensión al lector, empezaré con un breve resumen del siglo que precedió al nacimiento de Jesús.